Primavera Verano 2004


Sólo su batir
su latiente atmósfera
querrás la estática impermeable
la añorada transparencia
y azul su voz,
querrás de súbito su aliento
la cicatriz que en el aire fue nube.
Hiriente sólo su hiriente calma
su mudo ser.
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Torsos a media voz, a medio camino
entre el nítido malestar
y la hora que arrastra el pesado mármol.
Tierra, tu opacidad, la subterránea hiriente.
Tú, malgastada, táctil herbórea,
callada al fin.
Del día pesado párpado,
se agita la indefensa somnolienta,
en la mano un arco
en su boca atravieso un interior.
Recogerse en cuerpo,
como cuerpo tomar la faz hasta agotarla,
herir el sabor del tétano.
Entorno a lo que queda por decir
entre nosotros dos
queda un mundo.
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Hay una explicable gravedad
en el hecho de tener memoria.
Un mar silencia porque obstruye.
Todo mar alude a la contundencia de lo innombrable.
No hay tiempo porque no hay explicaciones.
Mar
el silencio ahogado.


El registro del sonido de una máquina refrigeradora es en los oídos lo que la frontal estructura monocroma de un minibar es a los ojos. El aeropuerto se retuerce, aplaca el hilo musical su estructura poligonal nerviosa y algunos seres reptan los pasillos sin que detrás les acompañe su sombra.

Somos. Y punto y aparte.

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Y yo crispo a dentelladas

he estirado la tensión de desconocerme

mis silencios son una aceleración

y abrir los ojos centrifugarse.

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.         .

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La respiración no es como la madera

férrea mano que aprieta la sien

sino cortezas que se amontonan como polvo

porque dicen cómo reposa la arena sobre la playa.



Te atraen las tormentas difusas, los éxtasis blancos privados de luz, la diminuta hambrienta necesidad que corre erizando pecho y abdomen. Vuelo sin motor de un rostro que acaricia su olfato sobre unas manos heridas por el sol de la mañana. Cuando tú te encierras y sólo mi abrazo enciende la atractiva subterránea del arrecife y todos mis brazos te pertenecen.
Cada vez que olvido tu nombre
perverso afán quererte de nuevo concebida.
Tú naces del olor a tierra mojada.
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.          .
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Entre los dedos de las manos me duele el aire.
Cada vez que respiro me llevo los ojos muy dentro
y creo que la torsión de mi espalda no resista más bocanadas.
Toda una tarea de alimentarme sin hambre
porque exento de un "tú" que no sea
el propio masticar de tímpanos.
Una somnolencia atrasada decae mi verticalidad
como un niño enrrabietado lloro estar solo.
Mas llorar siempre me queda lejos,
la imposible distancia entre dos ojos y la garganta
se elude a fuerza de aguja.