Primavera Verano 2003


¿Hasta donde se podría llegar resbalando con la sien en la piel de una lima?
Abrir una imagen a dentelladas
deshuesado
el silencio existe cuando inútiles mis oídos,
inútil permanencia o fuga.
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Acusando la piedra inflamado
goce de sal oxidada
la terca piel
que no permite la caricia.
Barrunto y muramos
tal y como nostros fuimos
hoy de canto la marchita luz
tenue nuestro encuentro
amor incendio.
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Malgastada y pérfida esclavitud
del Nanges la asestada corriente
sin trópicos que alunicen
sin tersa calamidad desolvidados.
Sugiere luminosa, paz de las cabezas
Sugiere mitra invacua, desobediencia.
Henchidas tierras de humores
de golpes contínuos
de inviernos que atraviesan
el desastre.
Ser sien
ser hiriente mundo
siendo
contenido.
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Reconstruye Glenn Gould a Bach, aquí, en mi clavícula.
Tiempo incisivo. Mármol mi céfalo
de engranaje costoso la sencilla razón de amarrarse a un pedestal.
La contemplación viciada de cielos; se enquistan tímpanos,
la argolla son de esta roca torpe,
maniatada bomba de crear tardes vacías
en las que palabras salpican antes de quedar descolgadas.
La fragilidad obscena y absurda
hablar y no abrir la boca
o el crimen de cerrar los ojos y ver.
Sintiendo que la arácnida vida ya empieza a saltar por los aires
no hay temor no hay integridad
el horizonte es una azotea que se burlaría de toda mirada si hubiese miradas
si atraídos por la luz aún solar
¿cuántos pájaros a través de tus ojos?
Se aleja el caminar, a toda costa,
a la deriva se ahorcan los peces
y no hay muerte en un océano
que desconoce.


Y cada noche morimos arrastrando
el inválido letargo, cada noche,
y saberse cada noche intruso
sin la pertenencia al mundo.
Sin cala de sangre herida
una espalda abocada a la tierra
huella árida al fin de un hombre.
Plúmbeas manos te liberan corvo espectro
de la antítesis vertical del mediodía
aguijón helado, tiempo suspendido.
Te arácnida sombra
te acuclillas lastimosa
niblea y entrecortada
queadán tensa sulastrado vientre
sin la muerte
sin lacancia perenne
sin oír
sin nada oír.
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Se mezclan la atracción de una lluvia inconsciente
en depurada retina, hoja de abril,
hendidura del monstruo
constante terquedad monotonía.
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Aránida congelada
vientre norte sin estela
quedó la blanca sin herida
a ras de un témpano deshabitado.
Véis que ardor y enterrado
véis sintiendo que nazca esfera
achatado de torpe sal
véis maniatado encierra.
Si tan adviene intento
si tanto intentas silencio
si bien arada triste espera
latente el mar
el mar latente.
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Devenir placer en lo intacto de dos miradas
que detienen en sí el reflejo de la atroz despedida
de amarse.
Si instante eterno, cabe la muerte, si eterno instante,
dos amantes aferrados cuerpos
que chillan en inalcanzable tú.
Decir amor
animal más que nunca seberse
debe no entender
debe el amante no conocer su condena.
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Lluvizna erbora
aquietada luz transpira
ardor ciego
sin tensidad.
Atrapa el calor de un reflejo el sol
el sol atrapa el calor que le pervierte
en una demora agotada.
Lindar como el suceso triste
de saberse imán de la caída
cargado de nulidad.
Aparentemente el vacío de repetirse
en el llano de un quebrado
ser sin relieve
el desastre de un inundación.
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Viciado recostar los hombros sobre dos tersas esquinas
anclaje vulgar de un deseo colmado sin remedio.
Tétano incierto, incisivo,
la marcha atrás del cangrejo,
queriendo la querida cal
huida dulce embriagada.
Pez volador que dora el estío
pez alquitrán tímido alado.
Riendo aurada paz hastiado
riendo paz de temida estela
¿cómo de incierto
si acaso
si hubiera habido...?


Asestado y mordaz bucle
el encuentro en la sílaba marchita
en la afilada torre del infarto.
Simiesca y mordaz profundidad
a la orilla de una congelada primavera
descontenta de todo
de tada gracia hiriente.
El alfabeto de la vergüenza
organiza titanes reposos
a la espera de fatal acierto en el olvido.
Queatriba molar
hedionda cítrica
lamparada cóncava
la simultánea realidad de desposeerse.
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-Torcidos ciruelos aromáticos-
Alambique deshuesado
hemos perdido el otoño
el mar, la tibieza.
Sin sangre, merodeador alámbrico,
sin vergüenza en fútil instantánea.
Es la belleza del estiercol
de un matadero
de una arcaica pecera
que huye del relámpago.
Quienquiera que a todo
en una señal de amenaza
se desenvuelva ardid embustero
de desgastada entraña
opaca y descubierta.
¡Sitiados y en reposo!
A la espera del alud
¡enterrados!
¡galgos!
¡sin escrúpulos!