Invierno 2002 Primavera 2003


La travesía que define el vuelo a ras de suelo se sustenta en la capacidad de mantener un ritmo respiratorio acorde con el mismo batir de alas.
Agrios los párpados, manos donde acudir a reconocer el olor de un pensamiento dormido.
Quebrantahuesos
La existencia no es dolorosa
La existencia no es dolorosa
.
.         .
.
Me trae aquí una huida flotante. Mi extinción es el vapor que rebosa de unas palabras incomprensibles. De nuevo floto en la ilusión de la ingravidez. Mis manos arrodilladas se inclinan con ligera presunción hacia extensiones prescritas en un tiempo que se define por existir a pesar de aún no haber sido dicho.
Inmaterial flujo de evanescencias, mis ojos se licúan con cada palabra asestada al vacío y el llano hoy más que nunca bajo mis pies acaricia el sexo que trama todo calor en esta noche.
Sin silencios, sin motores, desplazo la tierra en emergencia ingrata; irritante.
Descolgado de las horas de una trama fantástica, la arruga encoge mi materialidad absorviendo el espacio atolondrado que albergaba el interior del saco.
Todo intento se gesta sin gesto
en una sordera mañosa que retiene la posibilidad de volverme rabioso, parco en prudencia.
¿Cómo deshacer el milagro de contener mi propia y más auténtica nulidad?
La imposibilidad de todo estado permanente sosiega el temblor
de que palabras escritas
queden olvidadas en la
eternidad de un coágulo.
Detesto la solidificación de la época de invierno
cuando las llagas ni desangran ni cicatrizan
y la espera es una mirada contenida
en la imposibilidad clara de perderse
en cualquier infinito.
.
.         .
.
Si entendiera mi cuerpo no comería más que
cortezas de árbol empapadas en el sudor de un charco.
Los días llueven sobre mi cabeza.