Primavera Otoño 2002


Amenaza el oreo con traerme sutileza
sutil fragancia que emana de  un cuerpo humano y femenino.
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Sentirse trasto torpe y ojos débiles
pez monosílabo entonando grieta.
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Mi adentrado reflejo, allí exento de aliciente calor,
costado de dureza tibia, mi arremolinado vientre salino.
De entre silicio tierra angosta
se atisban pegados los aires que suave piel
engendra extraña voz de amor.
No hay respuesta, mi saliva cerrada
o el aparato óseo.
Trenzado aspecto, las huellas perecen.
Tránsito, palabra evasiva que se gesta en piel de trapo,
flaqueo en mil posturas
molesta mirada de un sueño desenfocado
obstruyes garganta henchida
obstruyes sedienta la infinitud,
que no el fin forjado
ni amarillo redentor de los mil y un abrazos,
de hasta aquí me encadeno,
de hasta aquí he llegado.
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Exprimir con una sonda frutos de los árboles ya talados en la sima. La misma sonda que exprime los albores de mi tiempo. Aquél y aquellos otros, todos y cada uno allí donde cada lugar era respiración, párpados y un latido tras otro.
Avasalladora luz que excita hoy mis pupilas, grandes soles, soles negros en un cielo irisado sobre latescente marmol. Acuso el extremo afilado de la vida, la nocturnidad que baña en tinieblas mi horizonte; música anhelada de un destierro de voces y bajos melancólicos. Allí donde fuiste imagen. ¿A oscuras o cierra los ojos? ¿Dónde está la noche?
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Más allá del abrevadero construían a base de carmines otoñales el segundo libro de preludios. Siempre se les hacía tarde, no obstante, obstinados continuaban con la vela que colgaba de sus orejas encendida. Ni los insectos avivaban el silencio que permitía que corolas de lluvia y algún  despistado intervalo de brisa definiera cada una de las composiciones. Lento traducir de una espera, inagotable parálisis a no ser porque violentos ojos guiñaran tras el escozor del no parpadeo. Intrusa indeterminación, es imprevisible este orden que mana del bostezo de un bosque o del interior del plumaje de un ave nocturna. Pisadas cautelosas, este valle apagado parece irreal que aún resplandece sin ilusión pero con ese poder propio de la mañana. Hasta donde alcance esa última onda, allí perece eterna languided desfondada, lágrima sin ojo. Auroras inútiles se dejan transparentar río abajo. Entusiasmo incomprendido, a fuerza de no malgastar más conocimiento, era preciso regresar a casa. Yodo que trata con insistencia de aferrarse, tiene voz y habla que cándidamente, le sostiene un gemido abstracto porque teje imágenes sobre cómo podría haber sido todo si no...
Ya no se escuchan a ellos mismos, nace la calma con el hábito sombrío de esa terquedad del tiempo que acompaña a toda idea de corteza.


Endeble quimera, mi propiedad  propia,
íntimo no tú, doble corte,
ver ver ver
retenme.
Apretada apretada muy apretada
cerca lamerte y rodearte blanda
contra el suelo.
No te creo no existes.
No existes no te creo.