Invierno 2000 Primavera 2001


¿Cuántas olas rompen por minuto?

Poesía es no detenerse

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Me como el papel mientras sudo y mi frente resbala. Y así

la mañana se deslizó viciada y solamente silencioso fui.

De atmósfera palpable el mediodía hace que me entregue.

Ayer me traiciono y hoy me despisto.

Me como el papel mientras sudo y mi frente resbala.

Anímicamente de contraluz y hay viento si respiro.

Tú que te incomodas y buscas alimento,

panorámicamente no hay atajo ¿y yo?

Ingenuo decir.

Salpicaduras y aleteos. Verano febril.

Cristal, aparta, entre el sol y mi retiro,

millones de años viviré.

Aparta cristal.

Viviré.

Aparta.

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Ahondar.

Siempre hay noches bajo cualquier tierra.

Mis lugares, lentos, callados.

Mis hondanadas.

Sordo, sordo, sordo.

Soterrado mi humor, blanco y negro.

¡Y más lejano que mis pupilas!

¡Casi tanto como mis venas!

¡Lejos!

Sin intestinos, sin corazón.

Lejos!

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Hablamos de restos, posos, archipiélagos. De naufragios de poetas

y de lo que el tiempo nunca quiso devolvernos.

Cuando dirigimos la mirada al curso de lo habitual

rastreamos las oquedades y los fondos en tiniebla

y descubrimos qué es lo que habita sobre la tierra caliza.

Un grito ronco y viril que se desgarra,

el mundo desnudo a mis pies y mi vida colgada de un perchero.

No llores pequeño reptil, tu cola volverá a crecer.

Sí, mi conciencia siempre se encuentra un paso más

adelante, y en días que la marea está baja,

a través de la ventana dejo que se pierdan mis gestos,

imaginación de romanticón suicida.

Autodestierro. Sufres bajo la manta de tu cama y tus dientes

atraviesan varios pisos abajo. El narrador cayó,

seamos ciegos, que ardan las llamas de nuestros dedos.

"Unas veces" -repito- unas veces, algunas, la luna

aparecerá descubierta, mas no siempre.

Unas veces me toca sumergir la cabeza en un pozo

hasta tocar fondo. Y es entonces cuando mi lengua

tantea en busca de esa última gota.

A veces queremos morir desnudos

y que el viento meza nuestros corazones apagados.

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- Andante un poco mosso-

Sobre islas que se alzan en un mar de cautivos,

las señales de un hombre solitario, henchido en lágrimas.

No hay nostalgia sino páramos de hierro, plomo y grisalla.

Este hombre retozón, cuya mirada abarca lo insondable,

es cuerpo vibrante, espumoso, retráctil y humano.

De pies a cabeza respiran bandadas de olas

y su piel contiene el viento y la sal.

Sobre dos pies se alza el llanto que gime, balbucea y resopla.

Su voz acaricia la tierra áspera de la que nació

y se levantó con vista al frente.

Más allá significa dentro, muy dentro. Donde un murmullo

de tiempo rítmico marca el transcurrir. Nubes que pasan

y atraviesan el color del cielo.

Se repiten las notas, vibrantes, conmovedoras.

Se repite el mismo susurro de esa musa de corazón palpitante.

Dentro de las cuatro paredes atraviesan las líneas, rebotan,

tensas acuden a desgarrar su garganta. Ese hombre

que tiembla y se abandona a la muerte por momentos.

Al final sosiego, descansa sobre el lecho de una leve tormenta.

El arco se tensa.

El corazón de un hombre corre peligro.

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A. Dvorak. Cuarteto en Fa mayor.

Pena del desterrado que no recuerda su procedencia ¿De dónde demonios?

Preguntarse si la copa de un árbol conoce o no sus raíces.

La lluvia nunca caerá tan despacio...

Nunca un hombre saldrá del todo victorioso,

al igual que nunca se puede mentir completamente,

completamente nunca.





Entre un acto y otro flamean los desconcertados que habitan
en el cuarto oscuro.
Perfiladas voces que se estancan en medio del llano.
De entre la maleza vienen a recordarnos
el animal interior, al asesino de dulces y encantadoras conductas,
¡Tal pánico se encierra en mi mundo!
Mis miembros ya no son mis miembros, las calzadas
lo corroen todo, hasta agotar incluso la sed.
¿Quién grita victoria? ¿Quién es dueño de su soledad?
Camino arriba te encontrarás con tu propia imagen,
ésta ansiará saber de sí misma.
Tú, desconcertado, creerás escuchar
cómo se aproxima el final.
Una imagen, una vieja imagen
y un hombre
un hombre que sostiene entre sus manos
una última gota,
quizás el último gran sinsentido de su vida.
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Quietas, mis venas quietas.
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Camina y confunde tus pasos con los que ya diste anteriormente.
Que no se disipen en el fuego esos cuerpos que
una vez fueron los más
cercanos.
Recorre tu hacienda de noche, cuando, imperceptibles, los surcos
pueden ser tus únicas señales. Sin prisa,
degustando tus apetencias más primitivas y salvajes.
Virginales las costas de mis oídos,
y la blanca voz que yace sumida en cada hipnosis.
Es mi cuerpo el que sonríe entre tumultuosas dunas
y quemado por excitantes colores.
Las brisas acuden somnolientas a pedir tu pecho como último antojo.
No resistiremos otro otoño.
Languidece mi rostro. Mis pupilas son selladas.
Una amalgama cristaliza en mis labios.
Ya todo es lluvia.
Ya soy impenetrable.
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Y así, colgados de mástiles, no nos encontrarán. Retozones y
hambrientos, hijos de ningún lugar. Porque hemos claudicado
de nuestros antiguos mármoles. Somos los desorientados.
Fue una noche en la que huimos malhumorados
porque, no sólo no reconocíamos a nuestros hermanos,
fueron nuestros rostros los primeros en desaparecer.
Mi tierra ahora es la hondanada.
Yermo sin memoria, sin párpados.
Porque no nos resistimos a hundir nuestras antorchas en la nieve,
ya nunca sabremos si es de día. No nos interesa.
Y anduvimos demasiado tiempo muertos llevando un cuerpo
mucho más pesado por los kilos y kilos de amapolas
que florecían unas veces en los párpados y otras en los tímpanos.
Ya nunca hundiremos nuestro pecho,
ni entregaremos sedientas nuestras manos.
Hoy mi voz es desierto.

Me abro celoso granito acelerado.

Son salvajes las horas que nos rodean.

Darse a la fuga cuando gritas canalla me siento débil.

Hincha mis ojos de olor de lluvia

y no dejes de mirarme.

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Muchas veces ha sido a causa del oleaje contínuo que empujaba mi cuerpo,

se mezclan mis lágrimas con el agua marina y ya no hay forma de diferenciar.

He llegado hasta aquí de la misma manera, confundiendo pantanos con océanos

y descubriendo de nuevo un sabor amargo, una triste melodía, un proceder incomprendido,

un maraña de dobles filos, un vendaval de polvo y guijarros.

Este es el momento anterior al sobreponerse. Ahora es cuando todo

parece desaparecer. Ahora más que nunca me es más difícil

continuar escribiendo, cuando parece que es inútil todo movimiento,

todo sentido del decir entre las horas,

entre la embriaguez de un par de notas.

Las cadencias me ahogan y todo lo que podría ser contado

lo es para unos oídos sordos y ciegos, y más ciegos que sordos.

Detesto la paráfrasis que aspira a benevolencia

y siento como hermana a la noche del náufrago,

a la noche del que ha perdido toda su fortuna.

Un paso tras otro y bajo la mirada.

Sólo una gota puede caer en el agua.

Sólo yo me destierro a donde nadie.

Porque la sombra dibuja sin nombres,

desde hace tiempo he venido presintiendo:

cerrar el círculo sólo puede significar

de nuevo una y otra vez.